A un amigo mío de la oficina, que es el rey de los optimistas
y a quien nunca se le ve triste, le pregunté cierto día cuál era
su fórmula. “Estoy muriendo”, me respondió simplemente.
Avergonzado de mi torpeza le pedí disculpas, pero él repuso
sonriendo: “¿Y acaso tú no?”.
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